"Yo quería esquiar”
Película:
Vendida como “El Proyecto de la Bruja
de Blair en el agua”; Open Water nos
sumerge en la historia de una pareja de novios que decide contratar una tranquila inmersión acuática con más turistas. Ya en pleno buceo, la pareja distraída
por los encantos de la fauna marina no percibe que se está alejando lentamente
del barco de rescate.
La excursión finaliza y los organizadores observan como los turistas van subiendo al barco y se disponen a iniciar el recuento. Sin embargo por error contabilizan dos veces a dos de los buzos y según su criterio todos sus clientes ya están en cubierta. El barco se marcha.
La excursión finaliza y los organizadores observan como los turistas van subiendo al barco y se disponen a iniciar el recuento. Sin embargo por error contabilizan dos veces a dos de los buzos y según su criterio todos sus clientes ya están en cubierta. El barco se marcha.
Pasados unos minutos, Susan
(Blanchard Ryan) y Daniel (Daniel Travis)
regresan a la superficie del mar y descubren su macabro destino: han sido abandonados en mitad del océano.
El abandono en mitad del océano es uno de esos
miedos ancestrales que el humano lleva grabado en su ADN y este trauma es la clave donde reside lo más aterrador de esta
historia, ya que Open Water no es
ficción sino una adaptación de un trágico hecho real. Sólo el imaginar la soledad, los vómitos provocados por el oleaje, medusas, seres que te rozan y que no ves, frío, calambres... ya hacen
de esta vivencia acuática algo realmente estremecedor.
Open Water es una película de supervivencia, un thriller psicológico mal confundido como
cinta de terror. No es una película de terror ni mucho menos.
Además el espectador tendrá que poner de su parte e instalarse un software en el cerebro para que tenga latente en todo momento, de que el film
se basa en un hecho real, porque el tedio en la primera media hora puede
reinar. Aspecto negativo del film si observamos que su metraje es de sólo
1 hora y 15 minutos.
El film se inicia con la pareja en tierra versando ridículos diálogos pero necesarios para ofrecer al espectador que los novios son adictos al trabajo y que este hecho afecta a su relación. Sin embargo cuando por fin dejamos los problemas conyugales y el aislamiento acuático se hace patente, la película gana mucho ritmo y por fin nos regala esa tensión, ese miedo ancestral que el público (y yo) buscaba.
Toda esa tensión concluye con uno de los finales más desalentadores del celuloide.
El film se inicia con la pareja en tierra versando ridículos diálogos pero necesarios para ofrecer al espectador que los novios son adictos al trabajo y que este hecho afecta a su relación. Sin embargo cuando por fin dejamos los problemas conyugales y el aislamiento acuático se hace patente, la película gana mucho ritmo y por fin nos regala esa tensión, ese miedo ancestral que el público (y yo) buscaba.
Toda esa tensión concluye con uno de los finales más desalentadores del celuloide.
Open Water es
otro claro ejemplo de película de bajo presupuesto (costó 120.000 dólares) que
triunfó de manera excepcional recaudando casi 59 millones de dólares en todo el
mundo. Como suele pasar en estos casos su director Chris Kentis fue al Festival de
Hamptons a mostrar su producto, donde los representantes de dicho certamen
sudaron de ver la película. Sin embargo, tras su primer pase por el festival de
Sundance al director y a la cinta le salieron
amigos por todas partes y fue vendida a la productora Lionsgate por dos millones y medio de dólares.
Del director de la peli, Chris
Kentis, poco sabemos pero en el 2011 se aventuró con la película de terror Silent House, filmada en su totalidad con un plano secuencia (con trampas). Un estilo como la sobrevalorada hasta los topes Birdman pero realizada tres años antes. También Chris Kentis dijo que
escribiría un guión para una película llamada Indianapolis para la Warner
Bros. Una película que le iba como anillo al dedo ya que se basaba también en un hecho real que si tenéis curiosidad el amigo Robert Shaw os lo explicará mejor que yo.
Tiburones de verdad
El rasgo más sorprendente de la película es su real puesta
en escena donde el CGI se muestra
ausente. Los pobres actores rodaron las escenas con tiburones de verdad y sin
ningún tipo de jaula. Aún así, iban pertrechados con una cota de malla debajo
del neopreno por si las moscas. Tampoco la cinta nos ofrece cierto contenido
escabroso, la ausencia de gore es total y toda la responsabilidad que evoca el
film recae en el miedo psicológico. Como exclamaba el personaje de Susan en el agua “No sé que es peor, si verlos o
no verlos (los tiburones)”.
La cinta se rodó en fines de semana y fiestas varias por las
costas de las Bahamas durante tres
años y está filmada en vídeo digital, lo que nos ofrece una imagen un poco
barata, pero sí una especie de textura muy similar al del falso documental. Dado el bajo presupuesto dudo que pudieran instalar
pesadas grúas en una zodiac. Esta
escasez de medios permitió a su director financiar su propia película con la
ventaja de que ningún productor le comiera la oreja mientras realizaba su
proyecto. Libertad creativa se le llama.
Como todo en la vida, el director de Open Water, Chris Kentis, fue ayudado por su señora a sacar adelante el film (guión, montaje…), una tal Laura Lau que además junto con el director son aficionados al submarinismo. Es más, como si fuera cachondeo, en su vida “real” también fueron abandonados temporalmente en una excursión de buceo. Se ve que es una moda bastante instalada esto del abandonarte en medio de la nada en excursiones de todo tipo.
Como todo en la vida, el director de Open Water, Chris Kentis, fue ayudado por su señora a sacar adelante el film (guión, montaje…), una tal Laura Lau que además junto con el director son aficionados al submarinismo. Es más, como si fuera cachondeo, en su vida “real” también fueron abandonados temporalmente en una excursión de buceo. Se ve que es una moda bastante instalada esto del abandonarte en medio de la nada en excursiones de todo tipo.
La pareja de directores trabajó con un experto local en
materia de escualos que los llevó a un arrecife donde abundaban tiburones
grises y algunos tiburones toro. Y para poder conseguir que los tiburones
salieran a flote el director lanzaba atún con sangre en el agua mientras su mujer, la tal Laura Lau, filmaba la escena
desde una barca con las piernas colgando. Qué bien. Sin embargo, antes de lanzar a los actores al agua, buzos experimentados permanecieron horas en el agua antes
de que los actores entraran en contacto con los tiburones.
Los intérpretes pasaron 120 horas en el agua para rodar la
peli (con o sin tiburones) y la actriz (Blanchard
Ryan) confirmó en una entrevista que estaba aterrorizada de meterse en el
agua rodeada de escualos y que, a ser posible, preferiría rodar en una piscina
(ja). Su media naranja en la película (Daniel
Travis) pensó que iba a nadar con 2 o 3 tiburones pero cuando llegó a la
zona de rodaje había más de 45 y 50 escualos. Aun así, los actores sólo
estuvieron realmente con tiburones dos días de rodaje por cuestiones de seguridad
y por asuntos económicos ya que en esos dos días se fue la mitad del
presupuesto en contratación de expertos. El único accidente de la cinta fue
cuando una barracuda mordió la mano de la actriz. Nada grave. Aún así, si uno echa
un vistazo al “Behind the scenes” impresiona ver como los actores permanecen en el agua rodeados de nerviosos tiburones por el fiambre.

Por último, no hace falta decir que por ejemplo en el 2003 hubieron 55
ataques de tiburón en todo el mundo, 4 de ellos mortales, y que ese mismo año,
y sólo en USA, murieron 44 personas por la caída de un rayo. La
probabilidad ridícula de ser asesinado por un tiburón está ahí como también está ahí que por una mierda de sopa
estén extinguiendo a este pez que vive en este planeta muchísimo antes que nosotros.
Curiosidades:
Atención a los créditos finales, que hay sorpresa dentro del
estómago del tiburón.
La actriz Blanchard
Ryan ganó el premio Saturn a
mejor actriz en el 2004 por su papel en Open
Water. Muy maja, aunque después de la peli y en un periodo de cinco años
sólo participó en una película.
La escena de las medusas no estaba contemplada en el guión.
De repente apareció un banco de medusas en el rodaje y si no llega a ser por
los trajes de neopreno se podría haber montado una escabechina.
Existe una especie de secuela llamada Open Water 2: A la deriva con una idea bastante interesante. Un
grupo de jóvenes van en barco por alta mar y deciden darse un chapuzón pero
ninguno de ellos ha caído en la cuenta de que antes de lanzarse al agua hubiera sido ideal haber bajado la escalerilla que les permitiera volver a subir a cubierta. Muy bueno (¿).
Los directores de la película no han querido revelar la
ubicación exacta donde se rodó la cinta para no perjudicar el turismo de la
zona. Transmitir la sensación de que “si vas allí, esto es lo que te va a
pasar” no era lo correcto.
Los actores estaban atados a la barca de filmación mediante
hilo de pescar ya que las corrientes del mar los desplazaban de su posición.
En 1998, el matrimonio norteamericano Tom (33 años) y Eileen
Lonergan (28 años) contratan una sesión de buceo en los arrecifes de la Gran Barrera de Coral de Australia pero por causas inexplicables fueron olvidados en alta mar. Son diversas las hipótesis que explican el porqué de los Lonergan quedaron abandonados a
su suerte en el océano pero la teoría que cobra más fuerza es que la pareja saltó al mar antes del recuento inicial. En ese instante, el capitán del barco Geoffrey Nairn pensó que sólo llevaba 24 turistas en vez de 26, que era la cifra real.
Dos días más tarde de la desaparición de los Lonergan,
el capitán encuentra los enseres personales y la documentación de los Lonergan en el barco. Rápidamente llama
al hotel donde se alojaba la pareja y desde allí le comunican que hace dos días que estos huéspedes no han pasado
por el hotel y que sus maletas siguen en la habitación. A partir de ese aviso,
se origina una infructífera búsqueda de cinco días por el océano. Nunca los
encontraron. Se sospecha que se ahogaron o que murieron devorados por los
tiburones o las dos cosas por ese orden.
Al ver el grado de impotencia por hallar los cuerpos y la
gran repercusión social y económica que tuvo el caso, se barajó la posibilidad
de que se hubieran suicidado ya que en el diario del marido se encontraron
citas escritas que explicaban que estaba deprimido y que deseaba una muerte
rápida. La familia de los Lonergan
afirmaron que se sacaron de contexto estos escritos y que el matrimonio era católico
y ya se sabe que el suicidio no sienta muy bien a los fieles de esa religión. El
sargento del caso comentó que si querían una muerte rápida, el estar abandonados
en el mar, rodeados de tiburones, con deshidratación y ahogándose lentamente no
era una forma de morir indolora.
También se barajó la posibilidad de que fueran rescatados
por un desconocido buque ya que existían testigos que afirmaban que vieron al
matrimonio entrar en una librería en Port
Douglas y hasta fueron vistos en un hotel, pero ante todos estos rumores sus cuentas bancarias permanecieron intactas desde el suceso. A día de hoy, hay gente que ve los fallecidos del Titanic, lo que demuestra que a veces
falla el subconsciente humano.
Unas semanas más
tarde y a 100 km de su última ubicación, llegaron a la playa los chalecos
de los Lonergan arrastrados por la
corriente. No tenían marcas de muerte violenta y la teoría que prevalece es que
con la deshidratación, el sol y el vaivén de la marea se hubieran quitado los
pesados equipos en pleno delirio, sentenciando así su triste final.
Sin embargo lo más estremecedor es que seis meses después se encontró una especie de pizarra de piel con las que
se comunican los buceadores y ésta estaba escrita por el marido de la pareja, Tom Lonergan.
La pizarra decía: 26 de enero de 1998 (día
posterior de ser abandonados) 8 A.M Para
cualquier persona que nos pueda ayudar… se nos ha abandonado en los arrecifes.
Por favor vengan a rescatarnos antes de morir. Ayuda!
Esta nueva pista descartaba el suicidio. Muchos australianos
creen que fueron engullidos por tiburones ya que los ataques de escualos por la
zona no son poco probables. En 2004, un tiburón blanco mató al surfista Bradley Smith.
El capitán Geoffrey
Nairn fue acusado de homicidio involuntario pero no pisó la cárcel. Su
castigo fue una multa ejemplar que le obligó a vender su negocio para poder
afrontar dicha sanción. Cinco años después del suceso, la película Open Water abrió las heridas de este
caso.
Buscando información por la Web, la verdad que asusta con la
facilidad en la que suelen ocurrir estos casos:
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Why can't we be friends |
- En 2011, El norteamericano Ian Cole fue abandonado por su barco en la costa de Australia y en aguas infestadas de tiburones. “Levanté la cabeza y vi que el barco se había ido”. A punto de ahogarse pudo pedir auxilio a otra embarcación que pasaba por la zona. El responsable fue despedido y a Ian Cole le devolvieron el dinero y le regalaron un bono para el restaurante (¿).
- En 2013, Lexa y Jack Mendenhall fueron a Tailandia a celebrar su primer aniversario de casados y contrataron una inmersión. Sin embargo también fueron abandonados junto a dos instructores por el capitán del barco. Se ve que el capitán notó problemas mecánicos en el barco y no se le ocurrió mejor idea que irse a tierra firme sin los pasajeros. Llegó la noche y los Mendenhall seguían en el agua notando bajo sus pies como correteaban unos alegres escualos mientras el oleaje se hacía cada vez más violento. Aterrorizados en la noche pudieron alcanzar otro barco que pasaba por la zona.
Un abrazo veraniego.